Madrid vivió ayer por primera vez un día en el que el Ayuntamiento impuso restricciones a la circulación ante los altos niveles de contaminación atmosférica. En concreto, al haber sido un día impar, sólo podían circular los coches particulares con matrícula terminada en un número también impar.
Esta medida es una de las que se contempla dentro de la fase 3 del protocolo de contaminación de la ciudad por altos niveles de dióxido de nitrógeno (NO2), una medida que también se aplica en otras ciudades como París, Roma, Atenas, Milán o Bogotá, entre otras.
El 93% de los urbanitas europeos están expuestos a cantidades de partículas más elevadas de las que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un estudio reciente elaborado por la Asociación de Vigilancia de la Calidad del Aire (Airparif) en la ciudad de París calculó que los parisinos inhalan de media 100.000 partículas en cada inspiración, lo que explicaron de forma muy gráfica: las calles de París estarían tan contaminadas como una habitación de 20 m2 ocupada por ocho personas fumando sin parar.
Que la contaminación del aire que respiramos es nefasta para la salud está fuera de toda duda. Hoy sólo quiero recordarle 5 cosas concretas, más allá de las evidentes, en las que nos afecta:
1.- Cáncer
La OMS calcula que el coste en vidas humanas de la contaminación del aire asciende a 7 millones de fallecimientos en todo el mundo, de los cuales 458.000 ocurren en Europa, y le imputa un número todavía más elevado de enfermedades, entre ellas el cáncer.
Entre los contaminantes atmosféricos encontramos gases (óxidos de nitrógeno, dióxido de carbono, dióxido de azufre, amoniaco, ozono…), compuestos orgánicos volátiles (COV) y partículas en suspensión. Pero también contaminantes orgánicos persistentes (POP), como los pesticidas, la dioxina, los hidrocarburos aromáticos policíclicos y los alteradores hormonales.
Pero no crea que dentro de su casa está a salvo, pues la contaminación del aire del interior de los edificios es todavía más nociva que la contaminación exterior. Entre los contaminantes ligados a las actividades profesionales, encontramos el tetracloroetileno y otros disolventes carcinógenos en las tintorerías y gran número de industrias. Del mismo modo también son nocivos (y causantes de cáncer) el ozono que despiden las fotocopiadoras, el formaldehído que despiden las moquetas, los derivados bencénicos que emiten los desodorantes y otros perfumes del ambiente y los pesticidas. Todas estas sustancias inhaladas dañan las vías respiratorias y pasan en su mayor parte a la sangre.
2.- Problemas de estómago
La contaminación tiene efectos depresivos en el sistema inmunitario e inflamatorio de todo el organismo. Por esa razón puede afectar al tubo digestivo, inflamarlo y hacerlo más permeable a moléculas que no deberían pasar a la sangre. Además también afecta a las bacterias que aloja.
Un estudio sobre hospitalizaciones en el estado de Wisconsin, en Estados Unidos, constató que los picos de contaminación del aire están asociados con un aumento del 40% de las hospitalizaciones debidas a patologías digestivas. Otro estudio realizado en 12 ciudades canadienses con 35.000 personas puso de manifiesto que cuanto mayor es el contenido de smog en el ozono (nube formada de dióxido de carbono, hollín, humos y polvo en suspensión que se forma sobre las grandes ciudades), más aumentan las hospitalizaciones por apendicitis. Y un estudio inglés demostró que el riesgo de enfermedad de Crohn se duplica en las personas expuestas a unos niveles altos de dióxido de nitrógeno.
3.- Arterioesclerosis
¿Qué tiene que ver la salud de nuestras arterias con la contaminación del aire? Pues mucho más de lo que parece, como verá.
Unos investigadores alemanes hicieron un seguimiento a 4.494 personas que vivían en tres grandes ciudades alemanas de la cuenca del Ruhr. Teniendo en cuenta su lugar de residencia y la proximidad de éste con un eje viario, los científicos calcularon para cada persona a qué grado de partículas de contaminación estaba expuesta. En paralelo, los autores midieron con un escáner el grado de calcificación de sus arterias coronarias (CAC).
El resultado fue que las personas que vivían más cerca de una carretera tenían los índices más elevados. Según los cálculos de Barbara Hoffmann y sus colaboradores, autores del estudio, vivir a menos de cincuenta metros de un eje muy transitado supone que el riesgo de tener más CAC aumenta en un 63%. Si se vive a una distancia comprendida entre los 51 y los 100 metros este riesgo aumenta en un 34%, y tan sólo lo hace en un 8% cuando uno se aleja entre 101 y 200 metros. Según los autores, la exposición a la contaminación atmosférica podría constituir un riesgo para el aumento de la rigidez de las arterias como mínimo tan importante como el tabaquismo pasivo.
4.- Alergias
¿También desencadena alergias la polución? La contaminación no es el origen de las alergias, pero las agrava al activar y alargar las reacciones inflamatorias, tanto que agota las reservas de antioxidantes como la vitamina C. Además, lo productos irritantes que forman la contaminación favorecen la penetración de los alérgenos en las mucosas.
Y eso no es todo: la contaminación incluso modifica la estructura de los granos de polen, volviéndolos más virulentos, cuando no les sirve de vehículo para llegar mejor a los bronquios.
Así que un consejo claro para los alérgicos es reducir la contaminación a la que están expuestos, dejando de fumar (si lo hacen) y alejándose en la medida de lo posible de los focos de polución.
5.- Párkinson
Los mecanismos que llevan a la enfermedad de Parkinson siguen siendo un misterio y probablemente sean muy diversos. El estrés oxidativo es uno de los que ha recibido mayor atención.
El estrés oxidativo se puede definir como un desequilibrio entre el número de partículas reactivas y agresivas emparentadas con el oxígeno (ROS, del inglés reactive oxygen species) y nuestras defensas antioxidantes encargadas de neutralizarlas.
Las fuentes de ROS son conocidas: tabaquismo, contaminación, rayos X o ultravioletas... Pero el simple hecho de comer y respirar genera también ROS, al igual que el estrés.
Así, los antioxidantes puede fabricarlos el organismo (como el ácido úrico) o aportarlos la alimentación (como las vitaminas C y E, los polifenoles o los caroteneoides). También hay defensas antioxidantes “híbridas”: enzimas como la superóxido dismutasa (SOD) o la glutatión peroxidasa, ambas sintetizadas por el cuerpo pero que necesitan de sustancias del entorno para funcionar, ya sea zinc, cobre, manganeso o incluso selenio.
Cuando las defensas antioxidantes se ven superadas y las ROS campan a sus anchas, entonces las células y los órganos sufren daños importantes, que pueden llegar a suponer una alteración irreversible del código genético (una etapa del camino hacia el cáncer), la muerte celular, fibrosis, etc. Numerosas enfermedades crónicas tienen un origen oxidativo, y el párkinson podría formar parte de este grupo.
La idea de que el estrés oxidativo favorece la aparición y el desarrollo del párkinson procede sobre todo de haber observado que el metabolismo de la dopamina genera ROS. Así pues, hay circunstancias en las que el sistema nervioso central está sometido a un estrés oxidativo intenso y éste puede llevar a la muerte de las células nerviosas. Y la contaminación es precisamente una de estas circunstancias.
Contaminación y 8-OHdG
El oxígeno es esencial para la vida, pero también puede dañar las células. Producimos la energía que necesitamos transfiriendo electrones al oxígeno en el interior de las mitocondrias. Pero este proceso no es perfecto: en él fabricamos radicales libres capaces de dañar las células y sobre todo el ADN, que lleva nuestro código genético.
Todos los días sufriríamos billones de ataques en cada una de las células de nuestro organismo. En los mamíferos, las marcas de estas agresiones se manifiestan casi siempre por la presencia de una parte de base oxidada denominada 8-hidroxi-2-desoxiguanosina (8-OHdG), que lleva a una modificación mutágena de la estructura del ADN.
Quienes consumen alcohol en exceso y los fumadores tienen tasas más elevadas de 8-OHdG, lo que se traduce en la oxidación celular provocada por los compuestos del humo de cigarrillos. Pero quienes viven en las grandes ciudades no escapan a la contaminación atmosférica. Así, los habitantes de los centros de las ciudades tienen unos niveles de 8-0HdG más altos que las personas que viven en el campo. (6)
¡Tome vitamina C!
El equipo del profesor Frank Kelly (St Thomas Hospital, Londres) demostró que, en las personas con buena salud, el fluido acuoso que recubre la superficie de los pulmones (la surfactante pulmonar) es rico en vitamina C, lo que constituye una protección contra el desgaste de la polución.
Por lo tanto, si se vive en una ciudad con altos niveles de contaminación, es conveniente asegurarse de aportar al organismo suficiente vitamina C, que es un potente antioxidante. Esto es especialmente importante en el caso de las personas asmáticas, cuyos pulmones tienen muy poca vitamina C porque la consumen en exceso y eso les vuelve más vulnerables a los episodios de fuerte contaminación, haciéndoles particularmente sensibles a la contaminación atmosférica por ozono, los óxidos de nitrógeno y las partículas sólidas de los vapores diésel.
Luis Miguel Oliveiras