Ha caído como una bomba en el mundo de la medicina.

Un estudio de Oxford publicado en la revista Social Cognitive and Affective Neuroscience muestra que el paracetamol, fármaco que se toma contra el dolor, reduce drásticamente nuestra capacidad de comprender y compartir el dolor de los demás.

Aunque no creo que nos deba sorprender. Veamos por qué.

Los circuitos nerviosos (en todo el cuerpo y en el cerebro) que nos hacen sentir dolor físico son, en gran parte, los mismos que se activan cuando vemos a alguien sufrir, ser torturado o pillarse los dedos en una puerta, aunque en un caso sufrimos por nuestro propio dolor y en el otro por el dolor de otra persona.

Si se bloquean unos circuitos, los demás también se bloquean.

Este efecto indeseable del paracetamol se añade a los otros ya bien conocidos. Un poco más adelante le recordaré alguno de esos efectos adversos en la salud, pero antes déjeme detenerme en este efecto recién descubierto: que afecta a la empatía.

El paracetamol es el segundo medicamento más consumido en nuestro país (sólo por detrás del omeprazol, otro fármaco que se considera inofensivo y que en realidad es muy dañino para la salud). En un año se consumen 32 millones de envases con receta, a los que hay que sumar los de venta libre.

En Estados Unidos, una de cada cuatro personas toma paracetamol cada semana.

Con este nivel de consumo, cabe suponer que el paracetamol influye en las relaciones sociales a gran escala en los países occidentales.

Posibles consecuencias en la pareja

Imagine por ejemplo que discute con su pareja y dice o hace cosas que le duelen y le hacen incluso llorar.

Lo normal es que se dé cuenta de que lo que está diciendo está causando dolor, y que eso le lleve a parar y pedir perdón. Pero usted ha tomado paracetamol porque le dolía la cabeza o las articulaciones.

Sin que se dé cuenta, este medicamento bloquea, al menos parcialmente, su capacidad de empatía y compasión, y por tanto subestima el dolor que está causando a su pareja. Simplemente no se da cuenta de hasta qué punto sus palabras o sus actos están hiriéndole, y no se plantea no ya pedir perdón, sino ni siquiera parar de hacer o decir lo que está causando ese dolor.

Y así deja que el conflicto vaya a más y, si la situación se repite, sin duda va a afectar a la relación de confianza, amistad y amor que habían construido.

Dramáticos efectos en cadena

He mencionado los problemas de pareja, pero es evidente que afecta a todo tipo de relaciones personales (entre jefes y subordinados o compañeros de trabajo; entre hermanos, vecinos, amigos…).

Y en realidad en toda la sociedad, donde demasiadas personas toman decisiones inadecuadas al infravalorar el mal que hacen a su entorno.

La empatía es la capacidad de percibir, compartir y comprender lo que otra persona puede estar sintiendo. Es ese saber ponerse en el lugar del otro, imaginar lo que está sintiendo, sufrir con él cuando sufre, afligirnos por su dolor.

Es lo que nos hace sentir dolor e impotencia al saber que hay niños que mueren de hambre, o al leer en las noticias las terribles secuelas de las guerras en la población civil, o que tantas personas se vean obligadas a abandonar su hogar dispuestas a cruzar el mar en una travesía incierta en la que muchos pierden la vida. Es lo que hace que en un día frío sintamos tristeza al pensar en quienes no tienen un hogar confortable, o sintamos pesar ante el maltrato que sufren mujeres o niños en sus propias casas, o ante la terrible soledad en la que consumen los últimos años de sus vidas tantos ancianos ignorados por sus familias.

La empatía nos hace no sólo ser mejores personas, sino me atrevería a decir que incluso es lo que nos hace ser personas.

Por el contrario, la falta de empatía es lo que provoca que algunos vayan por el mundo aislados en una burbuja, con la misma indiferencia ante los padecimientos ajenos que demuestran al pasar por la calle al lado de un mendigo haciendo como que no le ven.
 

¿Cómo hemos llegado a este punto?

Desde hace ya 150 años nuestra civilización fabrica medicamentos contra el dolor a escala industrial.

El sector farmacéutico de origen germano se ha construido en gran parte sobre la aspirina (Bayer), los opiáceos (morfina) y actualmente sobre toda la gama de los analgésicos (paracetamol, ibuprofeno…) y los AINEs (antiinflamatorios no esteroideos como el diclofenaco).

Todos estos productos tienen por objeto bloquear el dolor físico.

Las farmacias están llenas de cajas de todos los colores con medicamentos para frenar el dolor, pues existen más de 60 fórmulas diferentes a base de paracetamol.

El paracetamol es uno de los pocos medicamentos que se distribuye sin rechistar en todas partes, incluyendo los aviones y los colegios. Los hospitales lo consumen masivamente, y se añade casi de forma sistemática en los goteros.

Graves efectos adversos en la salud

Los analgésicos como el paracetamol son baratos, de venta sin receta y la gente piensa que completamente seguros. Pero su consumo en absoluto debe tomarse a la ligera.

Es bien sabido que el paracetamol supone un riesgo para el hígado, puesto que puede destruir sus células. Pueden darse casos incluso sin que haya un consumo excesivo, simplemente haciendo un uso “normal” de él, según un estudio publicado en 2011 en el British Journal of Clinical Pharmacology.

Por supuesto, el riesgo aumenta enormemente si se sobrepasan las dosis recomendadas. Si se toman más de cuatro comprimidos de 1 g al día durante siete días, se entra en una zona peligrosa en la que se puede morir de hepatitis fulminante (una destrucción acelerada y total del hígado). Por eso es necesario desconfiar de este medicamento, que sin embargo tiene fama de inocuo.

Quienes toman paracetamol de forma rutinaria tienen un 63% más de probabilidades de morir de forma prematura, un 68% más de sufrir un ictus o un infarto y un 50% más de tener una úlcera o sangrado estomacal.

Y este nuevo estudio sobre los efectos de este medicamento sobre la empatía no hace sino agrandar la leyenda negra del paracetamol…

“Anestesiados” ante el dolor

En el fondo, suprimir el dolor es el sueño más antiguo del ser humano. Por lo tanto, estos medicamentos se vieron en un primer momento como un inmenso avance para la humanidad.

El problema es que como han demostrado ahora los científicos, no se puede anestesiar el propio dolor sin anestesiar también el tesoro más preciado de la humanidad, lo que nos ha permitido salir adelante: la compasión.

Al inventar y difundir a escala mundial estos medicamentos, hemos atacado sin saberlo y sin sospecharlo el sentimiento más humano, el más necesario, el más beneficioso.

¿Cuál es la solución? Para empezar, basta con saberlo.

La próxima vez que tome un medicamento contra el dolor, tenga muy en cuenta que sus sentimientos, y con toda probabilidad su comportamiento, se transformarán. Que corre el riesgo de ser más duro, implacable e injusto con su entorno; que puede perjudicar a las personas a las que ama, y perjudicarse por tanto a usted mismo.

Reserve estos medicamentos para los casos en los que sean indispensables y no los tome a la ligera, sólo por comodidad.

Y elija, siempre que sea posible, los medios naturales que calman el dolor sin alterar todo su ser. Hablamos de ello prácticamente en todas nuestras publicaciones; saque partido a esa información.

Que nada modifique nuestra esencia como personas.

Luis Miguel Oliveiras